Después de tres largometrajes y alguna otra incursión en la ficción, he vuelto al documental, el género en el que trabajé muchos años, con una serie titulada “Todo el mundo es música”.
Tenía ganas de volver a la libertad que recordaba en el trabajo de documentalista, a los equipos pequeños, a vivir el rodaje como quien vive la vida, en lugares diferentes y entre personajes que nada tuvieran que ver conmigo. Recuerdo que, una vez, cuando me preguntaron por las diferencias entre un género y otro, sólo acerté a decir que la diferencia está en que un documental es todo aquello que puedes rodar sin raccord.
Pero esa libertad que añoraba me había hecho olvidar todas las otras dificultades que el trabajo de documentalista afronta.
¡Cuantas dudas cuando te enfrentas al rodaje!¡Cuantas veces sabes que tienes que forzar la realidad para que retratar las cosas como son de verdad! ¿Cuando fueron verdad? ¿La primera vez que tú las conociste o ahora que los objetos o las personas retratadas se saben observadas por una cámara? ¿Deberías reconstruir aquella realidad que conociste? ¿Cómo sabes si lo que sucede delante de la cámara es la verdad? Al final hay que aceptar que nunca vas a poder retratar la verdad, aceptar que tú vas a estar siempre entre la cámara y la realidad, tú y la elección de un encuadre, la pregunta a un personaje.
Pero la parte más compleja no llega todavía en el rodaje. Una película de ficción se decide en el rodaje, pero un documental se decide en el montaje. Cuando lo afrontas sabes que aquella ingente cantidad de material que grabaste o rodaste contiene la historia que quieres contar, pero el proceso de desenterrar de entre todo ese montón de imágenes y sonidos los que de verdad cuenten la historia, exige un trabajo de un nivel de concentración que no tiene igual en una película de ficción.
El otro día me hacían esa pregunta habitual que nos hacen a todas ¿Has notado alguna vez en el trabajo una trato especial (quieren decir peor) por ser una mujer que dirige? Siempre contesto que no en el ámbito de una película de ficción. Un equipo de rodaje de una película es algo que funciona con una disciplina forjada a lo largo de la historia de la profesión y en el que cualquier desvío de esa disciplina se traduce en tiempo perdido y grava el presupuesto. Nadie mira el sexo o las características del director. Se es el o la directora y basta. El documental es otra cosa. Un documental exige de sus autores no que trabajen, sino que vivan. Que vivan respecto a un plan de trabajo, pero como si no supieran que existe, sorprendiéndose ante cada lugar y cada acontecimiento que les salga al paso.
Pues en esa “vida” si se producen encuentros en los que resulta insostenible para algunos que quien dirija sea una mujer. Me ha sucedido muy a menudo encontrarme con personajes, con gente a la que tenía que entrevistar o retratar, que han mantenido toda una conversación sin dirigirme la palabra. No es que no supieran que era la directora, es que no pueden ni saben hablar a una mujer de temas que consideran importantes y terminan contando su vida al que está a mi lado, que puede ser cualquiera: el director de fotografía, un ayudante de producción o hasta un señor que pasaba por allí y se sentó a la mesa.
No hay que ponerse nerviosa. Yo siempre obtengo ventajas de esta situación Puedo obtener toda la información que necesito sin necesidad de estar pendiente de los ojos de mi interlocutor. Voy dirigiendo la conversación sin que se note y consigo lo que me interesa saber mejor que si me lo estuviera contando directamente. Lo de siempre ¿verdad? aprovechamos la dificultad para inclinar el desnivel a nuestro favor. ¿O esto no debería ser así?
Tenía ganas de volver a la libertad que recordaba en el trabajo de documentalista, a los equipos pequeños, a vivir el rodaje como quien vive la vida, en lugares diferentes y entre personajes que nada tuvieran que ver conmigo. Recuerdo que, una vez, cuando me preguntaron por las diferencias entre un género y otro, sólo acerté a decir que la diferencia está en que un documental es todo aquello que puedes rodar sin raccord.
Pero esa libertad que añoraba me había hecho olvidar todas las otras dificultades que el trabajo de documentalista afronta.
¡Cuantas dudas cuando te enfrentas al rodaje!¡Cuantas veces sabes que tienes que forzar la realidad para que retratar las cosas como son de verdad! ¿Cuando fueron verdad? ¿La primera vez que tú las conociste o ahora que los objetos o las personas retratadas se saben observadas por una cámara? ¿Deberías reconstruir aquella realidad que conociste? ¿Cómo sabes si lo que sucede delante de la cámara es la verdad? Al final hay que aceptar que nunca vas a poder retratar la verdad, aceptar que tú vas a estar siempre entre la cámara y la realidad, tú y la elección de un encuadre, la pregunta a un personaje.
Pero la parte más compleja no llega todavía en el rodaje. Una película de ficción se decide en el rodaje, pero un documental se decide en el montaje. Cuando lo afrontas sabes que aquella ingente cantidad de material que grabaste o rodaste contiene la historia que quieres contar, pero el proceso de desenterrar de entre todo ese montón de imágenes y sonidos los que de verdad cuenten la historia, exige un trabajo de un nivel de concentración que no tiene igual en una película de ficción.
El otro día me hacían esa pregunta habitual que nos hacen a todas ¿Has notado alguna vez en el trabajo una trato especial (quieren decir peor) por ser una mujer que dirige? Siempre contesto que no en el ámbito de una película de ficción. Un equipo de rodaje de una película es algo que funciona con una disciplina forjada a lo largo de la historia de la profesión y en el que cualquier desvío de esa disciplina se traduce en tiempo perdido y grava el presupuesto. Nadie mira el sexo o las características del director. Se es el o la directora y basta. El documental es otra cosa. Un documental exige de sus autores no que trabajen, sino que vivan. Que vivan respecto a un plan de trabajo, pero como si no supieran que existe, sorprendiéndose ante cada lugar y cada acontecimiento que les salga al paso.
Pues en esa “vida” si se producen encuentros en los que resulta insostenible para algunos que quien dirija sea una mujer. Me ha sucedido muy a menudo encontrarme con personajes, con gente a la que tenía que entrevistar o retratar, que han mantenido toda una conversación sin dirigirme la palabra. No es que no supieran que era la directora, es que no pueden ni saben hablar a una mujer de temas que consideran importantes y terminan contando su vida al que está a mi lado, que puede ser cualquiera: el director de fotografía, un ayudante de producción o hasta un señor que pasaba por allí y se sentó a la mesa.
No hay que ponerse nerviosa. Yo siempre obtengo ventajas de esta situación Puedo obtener toda la información que necesito sin necesidad de estar pendiente de los ojos de mi interlocutor. Voy dirigiendo la conversación sin que se note y consigo lo que me interesa saber mejor que si me lo estuviera contando directamente. Lo de siempre ¿verdad? aprovechamos la dificultad para inclinar el desnivel a nuestro favor. ¿O esto no debería ser así?