
En los tiempos confusos en que vivimos, es frecuente que leamos en los periódicos informaciones brumosas basadas en testimonios de dudosa procedencia sobre personas vinculadas a la política. Si no conocemos a esas personas, tendemos a creer a pies juntillas lo que se escribe de ellas en la prensa, se machaca por la radio o se menciona una y otra vez en esas interminables tertulias de televisión donde los tertulianos están tan contentos de haberse conocido. Sin embargo, si conocemos personalmente a la persona de la que hablan y sabemos a ciencia cierta que es mentira lo que se dice de ella, y aun diré más, si conocemos las razones por las que las personas que la denostan se rasgan las vestiduras con una lamentable tendencia a la sobreactuación, nos invade una tremenda perplejidad teñida a partes iguales de indignación y vergüenza ajena.
LLLLL
Si a ello se añade que el sector al que pertenece esa persona forma parte de nuestro paisaje personal, o sea el cine, y que cualquier información que llega sobre ese sector afecta la manera en que el publico nos ve a los cineastas y recibe las películas que hacemos, es lógico que muchos de nosotros nos preguntemos que tiene que ver el culo con las témporas, es decir, que tienen que ver las quejas de un reducido sector de productores (que casualmente son los que más ruido hacen) que llevan años comiendo de la sopa boba produciendo películas destinadas a perpetuar su estatus de permanentes mantenidos de oro a costa del contribuyente (no sólo español, también europeo) con la esencia sagrada de un arte que languidece justamente porque la industria del cine, ahora y aquí, ha olvidado algo tan sencillo como que el cine, es ante todo, riesgo. Riesgo económico. Riesgo personal. Riesgo moral.
No se pueden reducir los debates sobre el cine a un debate sobre una ley de cine, ni podemos seguir dando la imagen (que desgraciadamente a veces corresponde bastante con la realidad) de que cineastas y productores somos un coro de plañideras que vamos de despacho en despacho, con el churumbel en brazos, diciendo al primer payo que nos encontramos: “écheme algo”. En fin, toda esta diatriba viene a cuento por la reciente destitución de Fernando Lara en
Estoy convencida de que Ignasi Guardans (gracias al cual
4 comentarios:
OLE!
CUANTA VERDAD TIENEN TUS PALABRAS
Como Isabel valoro enormemente la valía profesional y personal de Fernando Lara , y me gustaría destacar de su labor como Director General el empeño con el que Fernando trabajó en el Ministerio a favor de la igualdad, consiguiendo que todas las comisiones de valoración hayan sido, mientres él estuvo en el Ministerio, paritarias.
Yo que participé en dos de esas comisiones he podido darme cuenta de la importancia que tiene a la hora de valorar , cada proyecto, esa presencia de mujeres en las comisiones. Esperemos que su gesto tenga continuidad, y no tengamos que añorar su mandato.
Desde aquí quiero desarle lo mejor a Fernando en su futura vida profesional, y estoy segura que a pesar de estos últimos ruidos mediáticos, Fernando se lleva la conciencia tranquila por haberse volcado en su cometido, y haber hecho más de lo posible por sacar adelante la famosa Ley de cine. GRACIAS POR TODO FERNANDO!!!
Enhorabuena a Isabel Coixet... siempre valiente, comprometida y honrada. Me encanta que haya salido en defensa de Fernando Lara sin miedo a enfrentarse a algunos caciques del cine español que han actuado por sus intereses propios y malsanos destrozando amistades antiguas y dejando cadáveres en el camino. Y bien también por Lara. Lo ha hecho lo mejor que se puede hacer.
Eduardo Rodríguez Merchán
Es la primera vez que escribo algo en un artefacto de estos, y, dado el motivo que me impulsa, me gustaría que fuese la última. Soy de los del papel y la tinta de toda la vida, qué le vamos a hacer. Pero cuando el papel y la tinta de los medios de comunicación están tan descaradamente subordinados a intereses inconfesables; cuando la densa trama de los distintos grupos mediáticos enmascara la realidad con los pretextos más absurdos; cuando se rodea de un espeso silencio o se dejan caer frases insidiosas sobre un hecho como la salida de Fernando Lara de la dirección general del ICAA, no tengo inconveniente en recurrir a las páginas electrónicas –agradeciendo su hospitalidad– para unirme, con dolorida firmeza, a las opiniones vertidas aquí por Isabel Coixet, Eva Lesmes y Eduardo Rodríguez.
Conozco a Fernando desde hace décadas. He tenido la suerte de trabajar con él en varios proyectos apasionantes. Sé de su entrega limpia y sin medida a las causas que cree justas, entre ellas la defensa del cine español independiente, igualitario y sin discriminaciones. Puedo dar fe de lo que ha intentado y conseguido desde ese puesto, en las distintas facetas: creación, producción, promoción, presencia exterior, conservación del patrimonio cinematográfico, etc. Y afirmo sin recato que nadie ha luchado con tanto ahínco y conocimiento como él por la supervivencia de esta faceta decisiva de nuestra cultura contemporánea.
Conste que me parece hasta cierto punto ‘normal’ el cese de un director general por un ministro o ministra nuevos. Conste que yo también deseo lo mejor a la señora González-Sinde y al señor Guardans, en beneficio de nuestro cine. Pero tratemos de aclarar las cosas: la sustitución de Fernando –con la Ley del Cine y el Decreto de desarrollo aprobados y la Orden Ministerial terminada, entre otras muchas medidas– sólo puede haber significado un ‘alivio’ o suscitado ‘esperanzas’ en esa panda de logreros de la llamada ‘industria’ que se esconde bajo el paraguas de la ‘cultura’ para sacar tajada económica, y en esos poderosos y ramificados grupos mediáticos que, después de haber explotado al cine español hasta la extenuación, quieren seguir aprovechándose de lo público para medrar privadamente, y encima volvernos locos a todos, confundiendo constante y deliberadamente los términos de cualquier debate serio.
Al final va a resultar que, de la misma manera que querer remediar las crisis del capitalismo está llevando a un gobierno que se dice socialista a adoptar políticas cada vez más erráticas y contradictorias, los mejores intentos de salvaguardar el cine español acaban estrellándose contra la muralla de intereses de quienes mangonean una ‘industria’ que, en gran medida, no lo merece. Con las consabidas honrosas excepciones de siempre.
Vayan con cuidado y tengan mucha suerte la señora González-Sinde y el señor Guardans: el enemigo está en casa. Y, entre tanto, muchas gracias, Fernando, de verdad.
JUAN ANTONIO PÉREZ MILLÁN
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